jueves, 18 de diciembre de 2003

La triste historia de Piolín y Meteorito

El año pasado, un día, a principios de curso, una mamá llena de buenas intenciones (o con muchas ganas de librarse de un regalo inoportuno) trajo a clase una pecera con dos pececitos. Era un regalo para el aula, y debían quedarse allí. Incluso nos trajo un bote con comida. Los niños estaban entusiasmados, pero supongo que imaginaréis que yo no tanto. Traté de tranquilizarme pensando que esos peces no suelen vivir mucho tiempo. Yo misma había tenido algunos en casa de pequeña, y el más longevo difícilmente había superado la semana…
Organizamos una lista de “encargados” de los peces, que lo único que hacían era ponerles la comida. Porque de cambiarles el agua y limpiar la pecera me tenía que encargar yo. El problema eran los fines de semana. Yo no me podía llevar los peces a mi casa, porque resultaba un poco complicado teniendo en cuenta que tenía que coger el tren y el autobús. Así que cada semana se los “endosaba” a una madre. Al salir de clase los viernes por la tarde se los daba a una madre, junto con el bote de comida, para que los cuidaran durante esos dos días. Tenía la esperanza de que, además, se les ocurriera fregar la pecera, pero la verdad es que no solía ocurrir :(

El caso es que con el paso del tiempo (y pasó mucho tiempo sin que ninguno de los dos mostrara las más mínimas intenciones de morirse) las madres estaban cada vez más hartas de los peces. Cada viernes por la tarde, me miraban con cara de horror, tratando de adivinar a quien se los daría esa semana (conviene decir que el año pasado sólo tenía 9 alumnos en mi aula). Y poco después empezaron los comentarios pronunciados con tono irónico “¿Qué, a quién le regalas hoy los peces?”. Empecé a sentir que las madres percibían lo de los peces como un capricho mío, cuando yo era la primera perjudicada: no podéis imaginar la poca gracia que me hacía cambiar el agua y fregar la pecera, con lo fría que estaba el agua en las mañanas de invierno :(

Por otra parte, los peces tampoco debían sentirse especialmente felices. Imagino lo que sentirían viajando en moto hasta casa de Juan…Recuerdo además un fin de semana que a Loli se le olvidó la pecera en el autobús del colegio. Su padre pasó toda la tarde del viernes tratando de averiguar donde se guardaba al autobús y dónde había un responsable que se lo pudiera abrir para salvar a los pobres “Piolín” y “Meteorito”, que así es como mis niños los habían bautizado.
Bueno, pues un viernes no fui a trabajar porque estaba mala. Y a mis compañeras se les olvidó darle los peces al niño encargado esa semana. Cuando llegué el lunes, los peces habían sobrevivido: y decidí que no volvería a dárselos a ninguna madre los viernes por la tarde. Cada viernes, cuando los niños se habían ido, limpiaba la pecera, les ponía agua limpia y un poquito más de comida de la que solíamos ponerles, para que aguantaran todo el fin de semana. Y los lunes, lo primero que hacía era limpiarlos de nuevo y darles de comer antes de que llegaran mis fierecillas. Y así pasaron bastantes semanas. Un día, la madre de Juan me preguntó si los peces se habían muerto. Dijo que como ya nadie se los llevaba para el fin de semana… le expliqué mi cambio de estrategia, y le dije que sólo se los daría a alguna madre para las vacaciones largas.

Y todo siguió bien hasta un trágico fin de semana. Me marché del colegio el viernes, tan feliz como todos los viernes a las cinco de la tarde. Y cuando ya estaba en el tren, casi llegando a mi ciudad, lo recordé: ¡¡¡el lunes era fiesta!!! No volvíamos a clase hasta el martes!!! Traté de “consolarme” pensando que sólo era un día más de lo que estaban acostumbrados… El martes, cuando llegué al colegio, la conserje, me saludó con un “tengo malas noticias”. Uys, ¿qué habrá pasado? Pensé yo. Y ella me dijo “se han muerto los peces” mientras contenía la risa… jejejejeje, estaba al tanto de mis sentimientos hacia ellos. Me comentó que se había dado cuenta por el olor. Y que me avisaba para que tuviera cuidado al entrar… Ajjjj, era horrible.
Imaginad: un aula prefabricada, herméticamente cerrada, durante tres días del mes de mayo, con dos peces muertos en su interior… Bueno, mejor no tratéis de imaginarlo. Tuve que abrir todas las ventanas y la puerta con la esperanza de que se ventilara un poco antes de que llegaran los niños. Luego, tuve que deshacerme de los cadáveres. Fregar la pecera (puajjjjj). Y, por último, lo más difícil: tratar de que los niños no se dieran cuenta de que no estaban.
No es que no quisiera enfrentar a mis niños con la realidad de que los animalitos se mueren. Lo que no quería, era hacerlo imediatamente después del puente. Las madres que tenía el año pasado eran, como poco, criticonas. Si el mismo martes los niños llegaban a casa diciendo que los peces se habían muerto, a ellas les costaría muy poco llegar a la conclusión de que la culpa había sido mía, porque el viernes no se los di a nadie. Pero, por otra parte, el viernes a nadie se le ocurrió preguntarme qué ocurriría con los peces durante el puente. Así que la culpa también era de ellas. Eso, al menos, es lo que yo pensaba para tratar de tranquilizar mi conciencia que, para mi sorpresa, me torturó durante ese día, los siguientes, y aún lo hace de vez en cuando, cuando pienso en los pobres pececitos… Así que decidí que hasta el jueves no se confirmaría oficialmente la noticia de la muerte de las mascotas de la clase. Escondí la pecera, con la esperanza de que, al no verla, no se acordarían de ellos. Y así fue. Y el jueves les dije que los pececitos se habían muerto. Se lo tomaron muy bien. El único problema fue Manuel, que se empeñó en pedirle a su madre dos nuevos peces para la clase, para reemplazar a Piolín y Meteorito. Yo insistí a mi vez en que no era necesario. Afortunadamente, la madre de Manuel no parecía tener mucha intención de comprar peces…
Eso sí, cuando unos días después llegó el primo de Juan a regalarme (para la clase) un pollo que se había encontrado, estuve más rápida de reflejos. Le aseguré que se lo agradecía mucho, pero que estaba segura de que a Juan le haría muchísima más ilusión llevárselo a su casa y cuidarlo él mismo :)

Maestla

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